Decir que nuestros corazones laten al unísono en sintonía con ráfagas de energía que ondulan en el universo podría parecerle poco menos que una ingenua lucubración poética a muchos de esos científicos que viven anclados al obsoleto paradigma materialista. Pero durante la Primera Guerra Mundial, el famoso astrónomo Alexander Chizhevsky ya había notado que las batallas tendían a ser más intensas en los momentos en que brotaba el sol y que los principales eventos y comportamientos humanos se ajustaban misteriosamente a los ciclos solares.